El día en el que cumplí los dieciocho años no fue uno de los más felices de mi vida. Sentía que me hacía mayor, «vieja» para ser exactos, y no me apetecía nada dejar mi juventud atrás.

Quizás era un poco exagerada, pero fue tal cual.

La verdad es que nunca me ha gustado mucho el día de mi cumpleaños.

Recuerdo haber deseado más de una vez poder pasar de puntillas del 10 al 12 de noviembre.

¿Quieres saber por qué?

Una de las razones era la obligación que parece que tienes de estar feliz y contento ese día. No siempre es así. Al fin y al cabo, el día de tu cumpleaños es como un día cualquiera.

Pero, paradójicamente, el hecho de no sentirme especialmente feliz ese día, como se suponía que tenía que estar, me llevaba a ponerme más triste de lo habitual. No sé si te ha pasado alguna vez.

Por otro lado, tampoco me gustaba nada ser el centro de atención. En eso, sigo igual.

Y por último, inevitablemente, el hecho de cumplir años me llevaba a ver las cosas en perspectiva y a hacer balance de mi vida. Y el balance nunca me parecía lo suficientemente bueno. Siempre sentía que me faltaba algo. Para complicarlo un poco más, ese algo no era nada en concreto; no era un tema racional, era una sensación vital.

Por suerte, hoy me alegro de poder celebrar mi cumpleaños.

No estoy ni más feliz, ni más contenta que ayer, pero me da igual.

Sigue sin gustarme ser el centro de atención, pero por un día no pasa nada.

Y desde hace algún tiempo, siento que todo está bien. No es que mi vida sea perfecta ni que tenga todo lo que me apetezca. Es que siento (sigue sin ser racional), que todo está bien como está.

Eso simplifica mucho las cosas.

Debe de ser que -ahora sí-, me he hecho mayor. Me ha costado 56 años llegar hasta aquí, ya me vale.

Para más goce y disfrute, giro mi vieja carita y veo:

A mis amigos que me van a felicitar y a los que quiero.

A mi familia, a la que quiero aún más.

A mi madre, que me preparará una buena comida y me recibirá con un beso.

A mi marido, que ha organizado un fin de semana de lujo para celebrarlo juntos.

A mi padre y a mis abuelos, a los que no veo, pero los siento.

Y a ti, que estás ahí.

¿Qué más puedo pedir?

Si te pasa con tu cumpleaños o con tu vida, lo que me pasaba a mi, no desesperes. Ya verás que en la mayoría de los casos solo es cuestión de tiempo y de paciencia. 

Y si quieres una muleta en la que apoyarte para avanzar un poquito más rápido, mi libro te puede ayudar. La nueva edición en tapa dura es más bonita y tiene la letra un poquito más grande.

Que disfrutes del día y que tengas un fantástico fin de semana.

P.D. Por cierto, si te apetece hacerme un regalo, escribir una reseña aquí puede ser una gran idea 😉