En el viaje a Ámsterdam he coincidido con un compañero que esta primavera estuvo de visita profesional en la biblioteca de Oslo de la que te hable. Allí se reunió con los arquitectos y las personas que habían impulsado el proyecto para conocerlo más a fondo.

Me explicaba que, aparte de esa maravilla de biblioteca, también les llevaron a ver dos más.

Una que está hecha solo para niños, en la que los adultos no pueden entrar.

Y otra pensada para adolescentes, donde tan apenas hay trabajadores, tan solo la persona encargada de abrir y cerrar.

Está en un parque. Se hizo con el objetivo de que los jóvenes que quisieran, pudiesen entrar en ella en lugar de estar por la calle. Aunque los libros están en las estanterías para quien los quiera leer, más que incentivar la lectura, lo que buscaban era ofrecer a los jóvenes un cobijo, un espacio de confianza en el que se sintiesen cómodos.

Mi compañero les preguntó si, al no haber vigilancia, no habían aprovechado para hacer fiestas, cometer algún destrozo, coger algún ordenador.

Su respuesta fue no.

La estrategia que habían seguido había sido hacer esa biblioteca con los mejores materiales y la mejor calidad, para que los jóvenes se sintiesen valorados y entendiesen que aquel era un espacio único que podían hacerse suyo y que debían cuidar: un regalo, una oportunidad.

Los arquitectos creían que el resultado no habría sido el mismo si, teniendo en cuenta todos esos riesgos, hubiesen hecho algo más sencillo, solo para salir del paso.

Pensé que no era extraño.

A todos nos gusta saber que importamos, sentirnos cuidados.

Creo que cuando nos tratan así, es más fácil que devolvamos el mismo cariño a cambio.

Que tengas un fantástico día.