Ayer te prometí que hoy te explicaría el método que seguí para volver a conectar conmigo misma.

Para que te sitúes:

Después de muchos años sin parar, había llegado a un punto en el que ya no sabía ni lo que me gustaba, ni lo que quería.

Si me preguntaban por mis aficiones, tenía que pensar mucho para enumerarlas. ¿Qué aficiones, si no tenía tiempo ni para rascarme la oreja?

Incluso me costaba saber cómo me sentía.

A pesar de todo, me tranquilizaba saber que no siempre había sido así. Había habido una época en la que me había sentido con fuerza, con ilusiones, un tiempo en el que me quería comer el mundo. En algún sitio tenía que quedar algún rastro de aquella Sonia.

Hice varios intentos. Probé a escribir un diario, a pintar mandalas, a hacer meditación.

Nada. Por lo visto, no tenía ni la paciencia ni las habilidades necesarias para triunfar en aquellas facetas.

Y entonces, por casualidad, empecé a hacer una cosa muy sencilla que me fue genial.

Empecé a  D E A M B U L A R.

Deambular quiere decir pasear sin rumbo, dejarse llevar.

Ahora me parece una palabra preciosa.

Un buen día, me di permiso para tomarme unas horas libres.

Recuerdo que era un sábado por la mañana. Me había tocado ir a trabajar al Museo Marítimo. Hacía una mañana preciosa. Me sentí inspirada. Puse un WhatsApp y dije que no iría a comer a casa, que me quedaba por allí, que ya llegaría.

Te costará creértelo, pero aunque no era la gran aventura, en aquel momento sentí como si estuviese haciendo una proeza.

El plan era dejarme llevar, a ver qué pasaba. Sin pensar si tenía que comer o no, por qué calles pasaría, adónde iría. El plan era hacer lo que fuese sintiendo en cada momento. SENTIR, ese era el plan.

No pasó nada en especial, pero disfruté mucho de aquel mediodía.

Descubrí una tienda de ropa que me encantó, una ruta para volver caminando a casa que he repetido varias veces desde entonces, me senté en el césped a escuchar música…

Me sentí viva.

Y volví a casa como nueva. Todo estaba en su sitio, no se había muerto nadie. Prueba superada.

Aquella no fue la única vez que «me escapé». A partir de ese día, lo fui haciendo de tanto en tanto.

Por ejemplo, iba a la estación de tren que tengo más cerca de casa y cogía un billete para el primer tren con un destino sugerente que me permitiese volver a casa a una hora prudencial.

O no.

Llegados a ese pueblo, ver que me apetecía quedarme, y llamar para decir que no me esperasen para comer.

Así, sin planificar.

Tomar el sol, leer el periódico, pasear por un parque. Estar abierta a lo que fuese llegando, sin llevar puestas las orejeras de burro que eran mi complemento habitual.

Deambular me ayudó muchísimo.

Si te encuentras en una situación como la que te he descrito, te invito a que pruebes a buscar esos momentos de desconexión con todo lo demás y a dedicarte algunos ratitos solo para ti.

Sobre todo, es importante que durante esos espacios no llenes la agenda de actividades, por mucho que te gusten. Si no, acabarás haciendo lo que tenías previsto hacer. Y ahora no se trata de hacer, sino de sentir. Ese es el objetivo.

Que tengas un fantástico día.

P.D, Por cierto, lo que acabas de leer es el resumen de uno de los capítulos de mi libro. Si te ha gustado, pronto podrás leerlo. Hoy he escogido a la diseñadora a la que le voy a encargar la portada. Estoy contenta 😉