Para mí un hermano es alguien que siempre está ahí.
No hace falta que lo veas mucho, solo que lo sientas así.
Hay hermanos de sangre y hermanos de vida.
Los dos son igual de importantes. La única diferencia es que los primeros te vienen dados, y a los segundos los escoges.
A veces tienes suerte y se juntan las dos cosas. Entonces haces carambola.
Ayer estuvimos en casa de mi hermano celebrando su precumpleaños.
Comimos muy bien y probamos unos vinos buenísimos, a cuál mejor.
De todos los momentos bonitos que hubo, me quedo con uno.
Mi sobrina tiene un perro. Se llama Parker, es un Shar Pei. Uno de esos que parece que tienen la piel arrugada, la suya es de color miel.
Cuando volvió de pasear, Parker entró en el comedor como una exhalación, muy contento y corriendo, dando vueltas al ruedo. Mi cuñada nos explicó que siempre lo hace de esa manera. Es su forma de saludar a todos, de decir: «ya estoy aquí».
Mi hermano, en cuanto lo vio, se apuntó a la fiesta.
Se agachó, le cogió la cara entre sus manos y celebró con él la alegría del reencuentro. Le habló con cariño, le dio un beso y salieron juntos a jugar al patio.
Me trasladé en el tiempo y recordé cuantas veces le había visto hacer eso desde que era un niño.
Con un cachorrillo que tuvimos, que se llamaba Gira; con la Careta, fina como una señorita; con un perro muy tranquilo al que mi padre le puso hasta apellido: Horacio Pérez.
Sí, señor, ese era mi hermano en estado puro.
Alegrándose contigo. Invitándote a disfrutar de la vida. Hablándote con cariño.
Estando ahí.
Seguro que reconoces cerca tuyo algún hermano así.
Teniendo esa suerte, ¿qué más da que el fin de semana se haya pasado de golpe y ya esté el lunes aquí?
Que tengas un buen día.