Durante una época de mi vida llegaba a casa bastante tarde. Me iba temprano y volvía tarde. Tenía un jefe muy exigente y como yo era una megamotivada, me pasaba el día trabajando.

Entonces mis hijos eran pequeños. Había muchos días que cuando llegaba a casa ya estaban en la cama.

Tengo dos chicos y una chica. Chico, chica, chico.

Los dos chicos dormían juntos, en una litera.

Cuando llegaba, abría la puerta de su habitación y, con un poco de suerte, todavía no habían cerrado los ojos.

Me acercaba al mayor, al que llamaba regalillo y le decía que le quería hasta el infinito y más allá.

Me agachaba un poco, y allí estaba el pequeñín, mi bonus extra.

Ahora es auténtico bombón.

De pequeño también lo era, pero me tenía un poco preocupada.

Aunque sacaba buenas notas, su actitud siempre era regular. Y a mí me preocupaba mucho la actitud.

Por eso, cada noche le preguntaba cómo había ido el día, y después le decía: «Y la actitud, ¿qué tal?». Y él me respondía: «Muy bien».

Y yo me quedaba tan tranquila, le daba un beso y me iba a dormir.

Así cada día

«Y la actitud, ¿qué tal?». Y él me respondía: «Muy bien».

Y yo me quedaba tan tranquila, le daba un beso y me iba a dormir.

Hasta que un día, después de decirme «Muy bien», me preguntó: «Mamá, ¿qué es la actitud?»

Pensé que me moría de la risa. Ya te he dicho que es un bombón.

Pues la actitud es levantarte cuando estás cansado, esforzarte un poquito más, levantar los ojos y mirar bien alto, hacer las cosas lo mejor que puedas, y después, si acaso, Dios o quién sea, ya dirá.

Que tengas un fantástico día