Él tenía la intuición de que cuando hacemos algo, en el fondo lo hacemos movidos siempre por un mismo fin. Quiso comprobar si eso era así, y averiguar cuál era el motivo último que se escondía detrás de todas nuestras acciones.
Para saberlo, habló con muchos de sus conciudadanos, fue preguntando a los atenienses de la época del Partenón.
Y a partir de las respuestas, llegó a la conclusión de que todos andamos buscando siempre lo mismo: la felicidad.
Podemos trasladarlo a hoy en día.
Si nos ponemos a estudiar, lo hacemos pensando en que así podremos conseguir un trabajo con el que disfrutaremos y seremos felices. Si decidimos vivir en una casa en el campo, en un apartamento en Torrevieja o en una ciudad cargadita de oferta cultural, lo hacemos un poco por lo mismo, nos imaginamos que seremos felices allí. Y así, con todo.
Pero para los antiguos griegos, la felicidad no era exactamente lo mismo que para nosotros.
Los griegos llamaban a la felicidad eudaimonia. Eu viene de bueno, y daimon, de espíritu.
Para ellos ser feliz quería decir tener un buen espíritu.
Era algo más parecido a tener una vida plena que a la sensación de placer o alegría continua con la que lo identificamos hoy en día.
Por eso pensaban que los niños no podían ser felices. Podían pasárselo bien, divertirse. Pero para tener buen daimon, para ser feliz en sentido estricto, necesitabas haber vivido, tener un poso, haber aprendido unas lecciones que solo la vida te puede dar.
¿Estás de acuerdo?
Otro día te cuento más 😉
¡Que disfrutes del día!