La tarde antes de volver a trabajar después de las vacaciones me la pasé haciendo listas.

Estaba tan nerviosa como si empezase el cole y tuviese que estrenar cartera y uniforme.

Cuando estoy así, me tranquiliza hacer listas: la de las cosas que tengo que hacer, la de los temas urgentes, la de los importantes, la de los que podría dejar para más adelante…

Cualquiera que me hubiese visto, habría pensado que soy ministra.

Me relaja hacer listas porque lo que escribo en el papel deja de estar en mi mente. Además, me ayuda a pensar y a ordenar ideas, a ver lo que cabe y lo que no hay manera de que entre.

Ese domingo acababa de aprender una táctica que apliqué y que, de momento, me está yendo muy bien.

Es muy sencilla. Te la explico por si te sirve.

Se trata de distinguir, en cada cosa que te propongas, entre lo deseable y el mínimo con el que te conformas.

Por ejemplo, en septiembre me apunté al gimnasio. Decidí que lo deseable sería ir tres veces por semana; pero que si iba dos, ya era suficiente.

Otro ejemplo. Como me encanta salir a caminar, apunté que sería deseable hacerlo cada fin de semana, pero que me conformaría con hacerlo una vez al mes.

Creo que este truco me está funcionando porque mi espíritu de superación o mi optimismo desmedido se queda tranquilo al fijar un objetivo alto. Esa opción está ahí, no renuncio a ella.

Sin embargo, estoy tranquila porque no siento la presión por alcanzarla. Si voy a nadar dos veces a la semana o solo voy a caminar una vez al mes, estoy satisfecha porque sigo cumpliendo con lo que dibujé.

No sé, creo que va por ahí. A lo mejor tú tienes suerte y para ti todo es mucho más sencillo.

A mí lo que me pasa es que tengo que ir buscando el equilibrio entre mi ilusión y mi fuerza, entre lo que me pide el cuerpo y lo que las horas y ese mismo cuerpo pueden dar de sí. Y parece que esta táctica me ayuda.

¡Que tengas un fantástico día!