Como de un día para otro tan apenas cambia nada, nos parece que todo está siempre igual, pero no es verdad. A veces, las cosas cambian. Y a veces, lo hacen a mejor.

Hace una semana fuimos al musical de Cruz de Navajas.

Me sorprendió la cantidad de canciones de Mecano que conocía y que han formado parte de mi vida. Al escucharlas, me iba trasladando a diferentes momentos de mi adolescencia. Fue como un viaje compartido en el tiempo, porque el público que nos rodeaba tenía una edad muy parecida a la nuestra.

Cantamos flojito, nos movimos en los asientos como si estuviésemos bailando, alzamos los brazos y, al final, acabamos todos de pie, cantando a grito pelado.

Cuando, después de los bises, se encendieron las luces, recuperamos la compostura y volvimos a salir muy dignos, como si allí no hubiese pasado nada.

Con nuestra barriguita y nuestras canas, cada uno para su casa.

De todas las canciones que escuché, hubo una que me llegó al alma. La había oído mil veces sin darle mucha importancia. Pero la semana pasada, treinta años después, su letra hizo que me saltasen un poquito las lágrimas.

Pensé que había muchas cosas que habíamos hecho mal, pero que, por suerte, algunas también las habíamos hecho bien.

Me vinieron a la mente personas a las que quiero, bodas a las que hemos ido, compañeros de trabajo que hablan con naturalidad de sus parejas y que, en lugar de esconderse o de andar con mentiras, nos enseñan las fotos de sus niñas.

Y mientras levantaba los brazos, sentí que éramos unos afortunados y que aunque la canción sea preciosa, era una suerte que hoy en día -en nuestro país- ya no tenga sentido escribir letras así.

¡Que disfrutes del fin de semana!