Soy miedosa.

El miedo a veces me paraliza. Ha hecho que haga años que no sé ni donde tengo el carnet de conducir. Y a lo largo de la vida me ha hipotecado algunas cuantas hazañas más.

En ocasiones, el miedo está relacionado con la perfección. Queremos hacer las cosas tan bien que, por miedo a no ser capaces de que salgan tal y como las imaginamos, las dejamos correr. Y entonces, no las hacemos. Y luego nos sentimos mal por no haberlas hecho.

El miedo se siente y está ahí. No sirve lo de: «No tengas miedo, no pasa nada». Porque el miedo es una emoción. Y las emociones que sientes, no las escoges. Llegan, te suben por el cuerpo y se acurrucan a tu lado. Por eso no funciona lo de intentar olvidarnos de que tenemos miedo, el cerrar los ojos. Cuando los abrimos, el miedo sigue a nuestro lado. Nos mira y se ríe.

Es mejor aprender a convivir con él, dejarle un espacio en tu bolsillo y caminar llevándolo contigo, haciéndote a la idea de que forma parte de tu equipaje. A otros les toca llevar otra cosa. Con el tiempo, te vas acostumbrando a él y cada vez te incapacita menos.

Dicen que los valientes no son los que no tienen miedo, sino los que, aún teniéndolo, siguen adelante.

Tuve la suerte de conocer a Pilar, la coordinadora de una asociación de familiares de enfermos de Alzheimer. Siempre está maquinando actividades nuevas para sus chicos (ella los llama así). Cuando se le plantea algo que no ha hecho todavía, su respuesta siempre es la misma: «Vamos a probarlo».

Ni qué decir tiene que sus chicos están encantados con ella. Es un buen referente, y siempre les anima a ir más allá. A pesar de las dificultades y de sus miedos, que como yo, también los tiene.

Que tengas un fantástico día.