Érase una vez una poetisa a la que le gustaba escribír poemas para niños.
Tenía el pelo corto y cano, los ojos brillantes, la cara redonda y una voz muy ronca.
A menudo salía en televisión. Entonces la televisión era en blanco y negro y solo había dos canales. Si no te gustaba la poetisa y querías cambiar de canal, tenías que levantarte del sofá o convencer al que estuviese más cerca de la tele de que lo hiciese. No siempre funcionaba.
De pequeña, no le encontraba ninguna gracia a sus poesías.
Por suerte, con el tiempo los gustos cambian.
Mira qué cosas tan bonitas decía:
«La gente corre tanto
porque no sabe dónde va,
el que sabe dónde va,
va despacio,
para paladear el «ir llegando».
«Ya ves qué tontería,
me gusta escribir tu nombre,
llenar papeles con tu nombre,
llenar el aire con tu nombre;
decir a los niños tu nombre
escribir a mi padre muerto
y contarle que te llamas así.
Me creo que siempre que lo digo me oyes.
Me creo que da buena suerte:
Voy por las calles tan contenta
y no llevo encima nada más que tu nombre.»
«Con todo se puede hacer algo.
Hasta con un cero
-que parece que no vale nada-:
se puede hacer la Tierra,
una rueda,
una manzana,
una luna,
una sandía,
una avellana.
Con dos ceros
se pueden hacer unas gafas.
Con tres ceros,
se puede escribir:
yo os quiero.»
Se llamaba Gloria Fuertes. He necesitado 55 años para saber apreciarla 😉