A ver, solo estudio una asignatura por cuatrimestre. En lugar de ir a un club de lectura, me apunté a este grado por la UNED. Así, lo puedo hacer a mi ritmo. Muy rápida, no soy. He calculado que, a este paso, necesitaré veinte años para acabar la carrera. No hay prisa.
El caso es que ayer por la mañana, mientras iba camino del trabajo, me dio por pensar por qué me gusta tanto estudiar filosofía; y te lo quería contar, porque tiene muy mala fama y es una pena.
Llegué a la conclusión de que es porque me hace sentir bien.
Me pone en contacto con las cosas bonitas de la vida, «con lo que hace que la vida sea digna de ser vivida».
Pero, además, me ayuda a relativizar lo que me pasa en el día a día.
Tenía la misma sensación cuando leía libros de divulgación sobre astronomía.
Imaginarme los agujeros negros, intentar calcular la dimensión de las galaxias o desentrañar los enigmas del Universo, hacía que los problemas sin importancia se quedasen eso, en problemas sin importancia.
La filosofía que me gusta es muy sencilla, habla de la vida.
Como el bueno de Platón, que se inventó el mito de la caverna para explicarnos que, más allá de las sombras con las que nos mantienen entretenidos, hay algo más sólido, más verdadero. Que hay que mirar más allá, ver las cosas desde arriba, porque la Vida, lo que verdaderamente importa, está escondida detrás de todo eso.
Visto así, su discurso no parece tan antiguo, ¿no?
Que tengas un fantástico día.
P.D. Por cierto, hoy es el cumpleaños de mi hijo mayor, que cada mañana sube a la terraza para ver cómo sale el sol. Oigo que ya está despierto, voy a darle un beso 😉