Pues nada, falsa alarma, que seguimos en verano.
Yo a lo mío, que después me lío.
Hoy va de vinos.
El otro día fuimos a cenar a una bodega pequeñita que hay en Barcelona, en un barrio cerca del mar. No queríamos comer mucho, solo picar algo.
Pedimos un puré de berenjena al estilo griego, un plato de cecina y un queso: Saint Felicien.
Saint Felicien.
No sé si fue por su nombre por lo que me gustó tanto, pero nos pareció buenísimo. Cremoso, suave, delicioso.
Pensé que te lo tenía que comentar.
Pero quería maridarlo con un buen vino.
Entonces, le pedí consejo a mi amigo Emilio.
Mi amigo Emilio es experto en muchas cosas; entre ellas, en escoger y compartir buenos vinos.
Le pedí que, además de estar riquísimo, no costase más de 10 euros. Creo que los buenos placeres, para ser buenos, tienen que ser alcanzables.
Me dijo: «esta tarde te los pongo. 2 blancos, 2 tintos y un rosado.»
Ya ves, Emilio es una de esas personas que siempre da más.
Por supuesto, cumplió lo prometido.
Y aquí tienes su recomendación:
– «dos franceses, de la zona del Ródano: uno tinto y un rosado.
– un Chardonnay catalán y un Riesling del Somontano.
– y una apuesta personal, un Jerez amontillado.»
Me dice que todos se comportan de manera diferente maridando.
Que la combinación que más le guste a cada uno, que depende de los gustos personales, del lugar donde lo tomas, de la compañía, de la música, del momento.
¡Mil gracias, Emilio!
Espero que los disfrutes, con Saint Felicien o con quien te apetezca.