El otro día vi un vídeo en el que un psiquiatra decía que no deberíamos mostrar agradecimiento por cualquier cosa.
Recomendaba que nos sintiésemos agradecidos solo por aquello que hubiésemos conseguido con nuestro esfuerzo, lo que nos hubiésemos ganado a pulso.
Si no lo hacemos así, explicaba, podemos acabar dando las gracias por todo, porque el sol salga cada mañana, por ejemplo, cuando el sol sale sí o sí.
La verdad es que me gustó mucho escucharle, pero no estoy de acuerdo con ese planteamiento.
Una cosa es sentirse satisfecho y otra sentirse agradecido.
Yo me siento satisfecha cuando hago todo lo posible por conseguir algo.
Pero me gusta sentirme agradecida por mil cosas que no dependen de mí.
Una flor discreta en un parque, un comentario amable, una canción que me trae buenos recuerdos, o el árbol que cada mañana sale a mi encuentro.
Creo que sienta divinamente valorar las cosas buenas y bellas que tenemos a nuestro alcance, abrir los sentidos y dejarnos empapar por ellas. Mucho mejor que asumirlas o darlas por supuestas.
Anoche salí al balcón a sacudir las migas del mantel.
Me dio por mirar al cielo y me encontré con que había más estrellas de las que se podían contar. No me había subido yo a ponerlas, pero respiré bien hondo, las miré un ratito, y por un momento hasta creí haber localizado la osa mayor.
Esa misma mañana me había despertado con un precioso cielo multicolor y el canto de dos o tres mirlos, que habían decidido ponerse a celebrarlo por todo lo alto.
¿Todo eso no es de agradecer?
Pues yo creo que sí. Aunque no hayas hecho nada para que esté ahí.
Además, el agradecimiento es uno de los mejores antidepresivos que existen. No es que lo diga yo, es que lo dice la ciencia. El psiquiatra debía de tener un mal día, porque hay múltiples evidencias de que sentir agradecimiento mejora nuestro bienestar.
Como me enrollo como una persiana y me está quedando el mensaje demasiado largo, la semana que viene te lo sigo contando.
¡Que tengas un fantástico fin de semana!