Algunas personas con las que comparto mi proyecto me dicen que soy muy valiente.

La verdad es que no me llevo demasiado bien con el miedo; pero es cierto que, con la edad, acabas poniéndote un poco el mundo por montera.

Hace unos años, una compañera de trabajo que rondaba los cincuenta me dijo que estaba encantada con esa etapa de la vida. Sentía que -por fin- podía hacer lo que quisiese sin darle explicaciones a nadie.

Me recordó otra conversación que había tenido a los dieciocho años con un chico guapísimo que, si no estudiaba filosofía, poco le faltaba. 

Se llamaba Quino, era alto y con el pelo rizado.

Íbamos paseando en grupo por las calles de Zaragoza una de las noches de las fiestas del Pilar. 

Quino defendía que siempre podíamos hacer lo que quisiéramos. 

Lo que pasaba era que, a veces, no nos compensaba, y por eso acabábamos haciendo algo muy distinto de lo que realmente nos apetecía. 

Ninguno de nosotros estábamos de acuerdo con él, pero no fuimos capaces de convencerle de lo contrario. La conversación quedó en tablas.

Como mi compañera de trabajo, yo también he necesitado pasar de los cincuenta para darme cuenta de que Quino tenía más razón que un santo.

Y tú, ¿todavía crees que tu carácter o tus circunstancias te condicionan tanto que no tienes margen de maniobra para decidir qué hacer con tu vida? 

Piénsalo 😉 

Que tengas un fantástico -y filosófico- día.