En mi casa ahora empieza la ronda de cumpleaños.

Ayer fue el de mi hijo pequeño, la semana que viene será el de mi hijo mayor, a mediados de mes, el de mi marido, y antes de que llegue el 15 de noviembre habremos celebrado también el de mi hija y el mío.

Cinco cumpleaños en poco más de un mes. Parece una gincana.

El año pasado le preparé a mi hijo una sorpresa que dio mucho juego.

Como hacía 18 años, se suponía que teníamos que hacer algo un poco especial. Pensé que lo primero que hace cada mañana es ir al baño. Y que justo delante del espejo del lavabo tenemos una pared pintada en un tono marrón grisoso, que tenía que haber servido de fondo para colgar unas fotos y que nunca tuvo esa función. Estaba vacía. 

Busqué entre las fotos de mi hijo e imprimí un montón de ellas: las que más gustaban, las más divertidas, las que tenían más historia detrás. Desde que nació, hasta la actualidad.

Y convertí aquella pared en una especie de exposición tipo «los mejores momentos en la vida de xxxx». Solo con las fotos pegadas con celo, sin más, y las típicas letras de felicidades con sus guirnaldas enmarcándolo todo.

Cuando se levantó y lo vio, se llevó una bonita sorpresa.

Quedó tan chulo que después de su exposición, vino la de mi hijo mayor, la de mi marido, la de mi hija, y la mía (que todavía sigue ahí). Cada mañana, cuando me arreglo, veo reflejado en el espejo un montón de recuerdos y de personas a las que quiero.

Si como a mí, te gustan las sorpresas, prueba a replicar la idea; puedes aprovechar cualquier pared vacía que tengas en casa. Verás como al protagonista le va a encantar.

Que tengas un fantástico día.