En Martes con mi viejo profesor, Mitch Albom narra las conversaciones que tuvo con Morrie Schwartz, su antiguo profesor de la universidad. Morrie padecía de esclerosis lateral amiotrófica (ELA).
Sabiendo que el final de su vida estaba cerca, Mitch y Morrie decidieron reunirse cada martes para tratar la asignatura más importante: el Sentido de la Vida.
Desde que me lo recomendó una amiga, Martes con mi viejo profesor se ha convertido en uno de mis libros de cabecera.
Te podría seleccionar muchos fragmentos, pero siendo el día que es, he escogido estos:
«-Todo el mundo sabe que se va a morir -volvió a decir-, pero nadie se lo cree. Si nos lo creyéramos, haríamos las cosas de otra manera.
-De modo que nos engañamos acerca de la muerte- dije yo.
-Sí. Pero existe un planteamiento mejor. El saber que te vas a morir y estar preparado en cualquier momento. Eso es mejor. Así puedes llegar a estar verdaderamente más comprometido en tu vida mientras vives.
-¿Cómo puede uno estar preparado para morir? -dije.
-Haz lo que hacen los budistas. Haz que todos los días se te pose en el hombro un pajarito que te pregunta: «¿Es este el día? ¿Estoy preparado? ¿Estoy haciendo todo lo que tengo que hacer? ¿Estoy siendo la persona que quiero ser?».
(…)
«¿Por qué es tan difícil pensar en morirse?
-Porque la mayoría de nosotros vamos por ahí como sonámbulos -siguió diciendo Morrie-. En realidad, no conocemos el mundo plenamente, porque estamos medio dormidos, haciendo las cosas que automáticamente creemos que debemos hacer.
-¿Y el hecho de enfrentarse a la muerte lo cambia todo?
– Pues sí. Te quitas de encima todas esas tonterías y te centras en lo esencial. Cuando te das cuenta de que te vas a morir, lo ves todo de una manera muy diferente.
Suspiró.
-Aprende a morir y aprenderás a vivir».
(…)
«-La verdad es que si escuchases de verdad al pajarito que está posado en tu hombro, si aceptases que puedes morirte en cualquier momento… entonces quizás no fueras tan ambicioso como eres.
Esbocé una leve sonrisa forzada.
-Las cosas a las que dedicas tanto tiempo, todo ese trabajo que haces, podrían parecerte menos importantes. Podrías tener que hacer sitio a cosas más espirituales.
-¿Cosas espirituales?
-No te gusta esa palabra, ¿verdad? Te parece sensiblera.
-Bueno… – dije yo.
Intentó guiñar el ojo, con poco éxito, y yo me derrumbé y me eché a reír.
-Mitch -dijo él, riendo conmigo-, ni siquiera yo sé qué significa el «desarrollo espiritual». Pero sí sé que nos falta algo. Estamos demasiado comprometidos con las cosas materiales y estas no nos satisfacen. Las relaciones de amor que mantenemos, el universo que nos rodea, son cosas que damos por supuestas.
Señaló con la cabeza la ventana, por donde entraba a raudales la luz del sol.
-¿Ves eso? Tú puedes salir allí fuera, al aire libre, en cualquier momento. Puedes dar una vuelta a la manzana corriendo y hacer locuras. Yo no puedo hacerlo. No puedo salir. No puedo correr. No puedo estar allí fuera sin miedo a ponerme enfermo. Pero ¿sabes una cosa? Yo aprecio esa ventana más que tú.
-¿La aprecias?
– Sí. Me asomo a esa ventana todos los días. Advierto los cambios de los árboles, la fuerza del viento. Es como si viera realmente el paso del tiempo por esa ventana. Como sé que mi tiempo casi se ha agotado, me siento atraído por la naturaleza como si la viera por primera vez.
Calló, y pasamos un momento sin hacer otra cosa que mirar por la ventana. Intenté ver lo que veía él. Intenté ver el tiempo y las estaciones, el transcurso de mi vida a cámara lenta».
Si necesitas un libro, Martes con mi viejo profesor es una muy buena opción.
Que disfrutes de tu día a cámara lenta.