La primera vez que fui consciente de que todos tenemos luz fue en un taller para aprender a hablar en público.
Me había quedado paralizada en medio de una presentación, tartamudeando, roja como un tomate.
Después de superar el trauma inicial, me apunté a aquel taller para intentar mejorar mis dotes de comunicación.
Participábamos unas veinte personas. Llegamos solas allí, sin conocer a nadie.
La sala era enorme, tenía unas gradas de madera y un escenario.
El primer ejercicio consistió en salir uno por uno a hablar durante cinco minutos de lo que fuese. El profe iba tomando nota. Al final, nos corregíamos los unos a los otros, y nos decíamos lo que nos había gustado y lo que no. Te puedes imaginar que estábamos todos deseando que nos tocase el turno 😉
De repente, mientras miraba a los compañeros que iban saliendo al escenario, me di cuenta de que todas aquellas personas me parecían preciosas. Todas.
¿Cómo podía ser que aquella arquitecta fuese incapaz de presentar las obras a sus clientes, si parecía una gran profesional? ¿Y aquella ceramista, que literalmente desprendía luz, como podía sentirse tan insegura? ¡Si era un placer mirarla!
Intentaban protegerse, cuando era evidente que todos tenían algo en su interior que brillaba. Era una pena que, por miedo o por vergüenza, no se permitiesen sacarlo a la luz.
Pronto me tocaría salir a hablar a mí. Entonces pensé que, por lógica, mi caso debía ser similar. Quizás, yo también tenía algo valioso en mi interior que otros alcanzaban a ver y yo no. Algo que era incapaz de percibir, pero que también tenía derecho a brillar.
La visión que tuve aquel día la he mantenido desde entonces.
Si sientes que necesitas mirarte con otros ojos para sacarte un poco de brillo, puedes reservar una sesión de escucha conmigo e intentaré ayudarte. Ya sabes que cuatro ojos siempre ven más que dos.
Que tengas un fantástico día.