Ayer fue un día glorioso. Empecé mi temporada en el huerto.
A ver, no creas que soy una gran hortelana.
Soy una persona normal, se me mueren las plantas como a cualquiera.
Una vez planté una glicinia y solo conseguí que sacase un racimo de flores al año. Uno, lo justo para que nadie pudiese decir que no era una glicinia.
Con los jazmines tuve un éxito parecido. Y con las margaritas. Las hortensias se me morían, las rosas atraían todo tipo de plagas… Dios mío, que currículum.
El caso es que yo quería tener un huerto.
Esperaba a la jubilación, a cuando me fuese a vivir fuera de la ciudad. Entonces tendría más espacio y más tiempo.
Pero durante la pandemia tuve un momento de iluminación, y se me ocurrió que, a lo mejor, no hacía falta esperar tanto.
Alguna manera tenía que haber de cultivar cuatro cosas, aunque fuese en el balcón.
Buscando por internet descubrí que había macetas y parterres autorregables de diferentes tamaños. Tienen un depósito de agua que solo tienes que ir rellenando de tanto en tanto. Las plantas absorben exactamente el agua que necesitan, cada una lo suyo. El riesgo es mínimo. Me pareció maravilloso.
Desde entonces, cada año planto algunas cosillas.
Mi huerto es pequeñito. No sé mucho, voy buscando en tutoriales y aprendiendo a golpes.
Pero disfruto trabajando en él. Alucino viendo lo rápido que crecen las judías y preparando mi propio pesto. Y cada temporada sé un poquito más.
La idea del «cuando» es una trampa.
Cuando trabaje, cuando viva solo, cuando los niños crezcan, cuando me jubile… A menudo nos quedamos pegados en ella, como las moscas en aquellas tiras tan asquerosas que ponían en algunos bares. ¿Y si nunca llega el «entonces» que esperamos?
En la formación que estoy preparando, encontramos maneras de adaptarnos al medio para intentar hacer realidad -en su justa medida- nuestros sueños.
Aunque lo tuyo no sea la horticultura, si te interesa aparcar el «cuando» y empezar a perseguir lo que te hace ilusión, encontrarás más información por aquí.
Que tengas un fantástico día.